miércoles, 8 de febrero de 2012

Pelando la cebolla - la ética del cambio en los individuos con actuación pública

El Contador no ha leído el Libro autobiográfico de Gunter Grass, titulado “pelando la cebolla” (2007), pero ha detectado la amplia repercusión de una de las confidencias de ese autor alemán en ese texto, la de haber formado parte de las juventudes hitlerianas en su adolescencia. La polémica se explica por la gran notoriedad del personaje, y porque en su vida adulta ha brindado explícito apoyo al partido socialdemócrata, ha denunciado limitaciones a la democracia por parte del poder económico y ha señalado violaciones de derechos humanos.

Los críticos de Grass se han preguntado si esta confesión con amplia difusión, a sus ochenta años de edad, es aceptable siendo tan tardía, y también qué opciones tenían los jóvenes en el momento en que Grass fue incorporado a un cuerpo especial de las SS, no está claro en las discusiones si fue cuando tenía 15 ó cuando tenía 17.

El contador no ha estudiado con detenimiento lo que dice la teoría acerca del desarrollo de la conciencia moral (por ejemplo lo de Piaget, o lo de Kohlberg), pero en términos generales, desde esa perspectiva se dice que ya en la adolescencia los individuos forman criterios autónomos sobre el bien y del mal, la observancia de reglas, etc.

Dejamos de lado el análisis de los problemas morales en la relación entre personas particulares, y nos centramos en lo que refiere a la esfera colectiva o pública, para tratar la referencia con que abrimos el post.

Para desarrollar nociones amplias de lo que es más conveniente para el bien de un grupo amplio de pertenencia, como puede ser la propia comunidad nacional, o la humanidad entera, se requiere además de juicio autónomo, la adquisición de información relevante y la formación de capacidades metódicas para reflexionar.

El individuo está fuertemente influido por las ideologías y creencias que circulan en su ambiente social. Y en general todos o casi todos los enunciadores de propuestas que convocan a la adhesión colectiva (gobiernos, religiones, partidos políticos, etc.), despliegan su discurso en términos de camino de bien, o incluso de verdad y bien.

La capacidad de los individuos para orientarse en la variedad de planteos sobre el bien colectivo, necesariamente tiene que ser heterogénea. Y aún tras el análisis más ilustrado y exhaustivo, subsiste un margen de subjetividad, de elección individual, que no es posible superar.

Este es un tema de gran interés para la Argentina, porque la historia de las últimas décadas ha tenido etapas con diferencias muy marcadas: dictadura sangrienta, después parálisis económica e inoperancia gubernamental, después un ciclo neoliberal desarticulador del patrimonio y capacidades del estado, del aparato productivo y del lazo social. Y desde 2003, la reaparición de discursos y acciones con algún efecto reintegrador, no por ello exento de procesos controversiales.

Y en todos estos tremendos procesos, han actuado en el espacio público argentino personajes que han pasado de un ciclo a otro manteniendo roles de importancia. Ha existido una notoria proliferación del pragmatismo y del transfuguismo.

La tipificación de actos humanos moralmente admisibles y no admisibles en los líderes del estado y en general personas con poder o influencia, ha sido cambiante en la historia de la humanidad. Desde 1945, por influencia del holocausto judío, y con impulso de instituciones que generan doctrina y jurisprudencia en el derecho internacional, ha ganado consenso la idea de que ciertos crímenes violentos, efectuados de manera generalizada y sistemática contra grupos amplios de población, configuran una conducta que agravia al conjunto de la humanidad, y que por su naturaleza no deben prescribir, es decir que deben poder juzgarse en todo tiempo. Se los conoce como crímenes de lesa humanidad, y es posible que su caracterización discursiva sea una pequeña victoria de los individuos amigables y constructivos de la especie humana, sobre los individuos más codiciosos, sádicos e indiferentes. Aunque muchas veces los criminales de lesa humanidad, se permiten obscenamente acusar a los demás de serlo, el cinismo es evidente.

Del este lado de esa frontera con el mal, se enarbolan discursos tanto discursos justificatorios como condenatorios para todo tipo de posturas.

Dice el lugar común que el individuo suele evolucionar desde posturas transformadoras en su juventud, hacia concepciones conservadoras en su madurez. Pero más allá de posibles efectos del ciclo biológico, que quizá hayan sido ya estudiados en muchos aspectos, cabe preguntarse por el juicio ético que merecen los cambios de postura ideológica, a lo largo de los años de actuación pública de un individuo.

Por actuación pública me refiero aquí a un conjunto amplio de actividades: militancia política, agitación intelectual, exposición artística, ejercicio del periodismo, de la docencia, del vicariado religioso, etc. En opinión del contador, es pertinente diferenciar:

a) Por supuesto, los cambios dentro de este lado, del cambio desde este lado hacia el lado de los crímenes de lesa humanidad, quien sea que los perpetre y en nombre de lo que sea
b) El cambio que deriva de atender una base social amplia de sustentación del dirigente, del cambio provocado para privilegiar intereses personales u oligárquicos
c) El cambio que se produce por aprendizaje y genuina evolución conceptual, de aquel que responde a meros oportunismos en interés propio o de facción
d) El cambio de discurso que corresponde a las cambiantes circunstancias de contexto, del cambio discursivo con propósito deliberadamente engañoso

En opinión del contador, es éticamente inobjetable que el individuo con posibilidades de articular intereses colectivos, exhiba cambios en el primer término de cada una de las cuatro dicotomías enunciadas precedentemente (¿quién podría tirar la primera piedra?).

Claro está que, pensando en el bien de las grandes mayorías, los pueblos tendrían que hacer su marcha con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes, como dice la célebre frase épica. Pero por el momento no estamos seguros de que ello necesariamente ocurrirá.

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