Quiero llamar la atención sobre un conjunto de problemas de
los vínculos interpersonales, que se sobreimprimen sobre la condición de clase
de los individuos involucrados. Es decir que además de sobrellevar una
determinada posición, en algún estrato más o menos favorecido dentro de la
clase social de pertenencia (propietaria o no de medios de producción), y
además de la posición de debilidad de todo individuo frente al poder del estado,
se presentan a los individuos y a los grupos sociales, múltiples problemas
vinculares entrecruzados, que pueden hacer penosa la vida cotidiana, y que
invitan a otras miradas sobre los valores democráticos de convivencia social.
Algunos problemas fundamentales de esta índole han ido
incrementando su visibilidad, gracias a la prolongada lucha, en muchos países, de los movimientos sociales específicos y las
organizaciones políticas sensibles a estos asuntos. Es por ejemplo el caso de
las reivindicaciones de género, incluyendo la problemática de la mujer y de los
gays y lesbianas. La lucha contra la discriminación racial lleva también una
larga historia, y en América Latina ha tomado un nuevo vigor a partir de los
procesos políticos que han institucionalizado recientemente los derechos de los
pueblos originarios, entre ellos los
derechos políticos, jalonando logros concretos en un largo proceso discursivo y
político con la consigna de la descolonización
integral, que abarca no solamente la autonomía política sino el replanteo de relatos,
valores y saberes eurocéntricos.
La Argentina en los últimos años ha experimentado muchos cambios a favor de
los derechos de género, en parte gracias a un rol activo en esa dirección por
parte del Gobierno Nacional. Que además ha sostenido posturas coherentes en
contra de la discriminación, el racismo y la xenofobia. También se evidencia
algún nivel de preocupación, aunque quizá no suficientemente activo, sobre la integración
de las personas con discapacidad. En cambio, otros maltratos vinculares
permanecen con menor nivel de visibilidad y más dificultades en su abordaje. Es
el caso por ejemplo de de la problemática campesina (la discriminación de los
habitantes rurales por parte de los urbanos), y de las formas de convivencia al
interior de las instituciones. En las escuelas de educación para niños y
adolescentes, se verifican desde siempre prácticas muy extendidas de
hostigamiento y patoterismo de algunos alumnos hacia otros.
Otro problema de vastas implicancias es el del ejercicio
del poder de castigo policial por parte
del estado. Por causas sociales y políticas profundamente arraigadas, el
aparato represivo tiende a dirigir sus sospechas y sus acciones preventivas y
correccionales hacia los sectores
humildes de la población. En Córdoba (Argentina), se ha venido dando un
creciente debate público sobre este problema, ya que en este estado provincial
la legislación de faltas contiene figuras específicas que alientan y respaldan la orientación socialmente discriminatoria del
accionar policial.
La diferenciación social se traslada de la valoración de la
cuestión criminal y las concepciones sobre seguridad ciudadana, a muchos otros
aspectos de la interacción social, desde el acceso o no a determinados ámbitos
educativos, el uso de determinados tipos de atuendos y arreglos en el vestir,
hasta el acceso a los sitios de esparcimiento, que también se encuentran, en el
caso de Córdoba, fuertemente
estratificados.
Esta separación multidimensional de la convivencia por estrato
social, además de su inaceptable efecto
denigrante para las personas impedidas de cumplir legítimas expectativas de acceder
a determinados ámbitos, provoca indudablemente un empobrecimiento general de la
cultura, ya que se limita excesivamente el intercambio de información y
experiencias diversos, según las tradiciones, valores e inquietudes de los
distintos grupos sociales.
Esta tendencia se ve por cierto reforzada por las reglas del
mercado, ya que a las barreras discriminatorias
se suman los precios diferenciados de bienes y servicios, que en
ausencia de políticas compensatorias explícitas, también contribuyen a excluir
a los grupos humildes, por ejemplo en materia cultural y de esparcimiento.
Un aspecto también determinante de la estratificación empobrecedora,
es la llamada segregación urbana. Las clases medias abandonan los heterogéneos
barrios tradicionales de la ciudad, y establecen su residencia en barrios
cerrados de los suburbios, en los cuales configuran auténticos ghettos
uniformes, donde los diferentes son sospechosos por definición y no pueden
circular sin autorización expresa.
Es evidente que esta estrategia residencial también
empobrece la diversidad de la vida colectiva y refuerza las demás tendencias
segregacionistas. Es decir, la segregación urbana también afecta los valores democráticos
de convivencia.