DOMINGO, 2 DE DICIEMBRE DE 2012
ENTREVISTAS > DANIELE
INCALCATERRA HABLA DE EL IMPENETRABLE
Terra nostra
Cuando era chico, su padre era un funcionario de la
embajada italiana en Paraguay que recibió parte de los ocho millones de
hectáreas que Stroessner repartió de manera irregular bajo su régimen. Esas
tierras rompieron la relación de Daniele Incalcaterra con su padre. Años
después, ese mismo hijo decidió devolverlas a sus dueños originales del Chaco
paraguayo: los guaraní ñandeva. El poderoso documental El Impenetrable registra
la odisea por conseguirlo, y el desolador paisaje de desmonte, soja,
corrupción, golpismo y sufrimiento que encontró en el camino. Pero él persiste
en fundar un lugar sustentable, ecológico y justo llamado Arcadia.
”Veinte años después de su muerte, me sigue envenenando la vida –dice
Daniele Incalcaterra mientras maneja una camioneta por unas rutas desiertas–.
Mi padre había comprado 5000 hectáreas de selva en el Chaco paraguayo, cuando
yo tenía 27 años –sigue la voz, sigue el camino–. Se lo dije siempre: ‘No
cuentes conmigo, no quiero saber nada, nunca me voy a ocupar de esas tierras’.
Eran los años de la dictadura de Stroessner. Las tierras vírgenes se repartían
entre los amigos del régimen y negociantes extranjeros. También mi padre soñaba
comprar millares de hectáreas por un puñado de dólares. Por eso no nos hablamos
más durante años.” Unas construcciones bajas y desangeladas preanuncian la
frontera; en el cruce, un tipo se acerca y ofrece cambiar moneda. “Vivo en la
Argentina, a 2400 kilómetros de distancia. Tengo exactamente la edad de mi
padre cuando compró la tierra. Y espero mi primer hijo. Mi vida es realizar
películas y no administrar campos. Vuelvo a Paraguay porque quiero arreglar definitivamente
esta historia –se oye a Incalcaterra, se lo ve prender un cigarrillo–. Junto
con mi hermano hemos decidido devolver la tierra a los guaraníes. Los hombres
que viven allí desde siempre. Devolver la tierra a la Tierra.”
Así empieza El Impenetrable, el documental
que Incalcaterra dirigió junto a Fausta Quattrini –su mujer–, elegido por el
público como mejor película en el Festival de Cine de Mar del Plata hace una
semana, recién estrenado en Buenos Aires. Tiempos y sucesos: su padre, que fue
funcionario de la Embajada de Italia en Paraguay, compró las tierras a
comienzos de los ‘80, y como la ley prohibía al Estado vender esos territorios
a allegados a la función pública, puso el título de propiedad a nombre de sus
dos hijos. Esa maniobra detonó la relación de Daniele con su padre. Poco
después de que el viejo muriera, en 1994, el cineasta viajó con su compañera a
El Impenetrable por primera vez: la selva los desorientó y no supieron llegar
hasta el sitio correcto. “Luego Fausta hizo el documental Nación mapuche, que
nos llevó cuatro años de relación profunda y fuerte con los pueblos
originarios, con la comunidad mapuche en Neuquén –cuenta Incalcaterra en su
departamento porteño, en Palermo–. Poder estar tan cerca de ellos, para
nosotros fue una enorme lección de vida. Nos dimos cuenta de que una de sus
principales necesidades es el reconocimiento de su territorio ancestral. Fausta
tuvo la idea: ‘Lo mejor que podés hacer con las tierras en el Chaco paraguayo
es devolverlas a los guaraní ñandeva’, me dijo.”
Y eso parecía una buena solución para
alguien que se había juramentado que nunca se ocuparía de esas tierras y a
quien, además, tampoco le cerraba venderlas y ya. Pero no iba a ser tan fácil.
El Impenetrable está siendo arrasado brutalmente por las topadoras de los
terratenientes –en Paraguay, y aquí también–. Aunque la espesa vegetación que
le dio nombre esté desapareciendo, sigue siendo pertinente llamar El
Impenetrable a esta zona, ahora gracias a los alambrados, a las tranqueras con
candado que cierran caminos públicos, a los guardias armados y a una burocracia
estatal muy eficiente en lo suyo. En busca de un antídoto, persiste con su
idea, paciente, Incalcaterra: de eso trata la película. “La devolución de estas
tierras es una excusa para hablar del Chaco, de la nueva conquista de la
‘civilización’ –dice–. Este avance tiene unos cuantos elementos en común con el
western, pero aquí se da con mucha más velocidad y violencia.”
EL PADRINO
Incalcaterra acerca una computadora
portátil para mostrar unos mapas satelitales de Arcadia, el nombre con el que
bautizarían a estas tierras. Están ubicadas sobre el oeste de Paraguay, a
treinta kilómetros de la frontera con Bolivia, en el departamento de Boquerón,
el más grande y menos densamente poblado del país. En la primera imagen, de
2008, todo es verde; en la del 2009 aparecen ya algunas parcelas desmontadas, y
en la siguiente la cosa crece bastante. En la última, de mayo de este año, tres
de los cuatro lados que rodean a Arcadia están pelados. “Ahora ya es una isla,
está todo arrasado alrededor”, apunta Incalcaterra, y muestra una foto aérea en
la que se ve el procedimiento: se demarca un cuadrado de cien hectáreas y las
topadoras van tirando la selva desde los bordes hacia el centro; en el medio,
así, va quedando un cuadrado cada vez más chico en el que se refugian los
animales hasta que, ya cercados, intentan huir. “Es una región enorme, que
arranca en el norte de Santa Fe, acá en la Argentina, y llega hasta los Andes
de Bolivia, la zona de Santa Cruz –explica–. Es la segunda selva de
Latinoamérica, después de la de Amazonas, aunque ésta es muy seca. Los
españoles le pusieron El Impenetrable porque no pudieron cruzarla rumbo a El
Dorado. Recién hace un siglo se pudo entrar, aunque las consecuencias directas
se sufren desde hace 50 años, con las topadoras.”
En la primera parte del documental se lo
ve a Incalcaterra acompañado por el ornitólogo Jota Escobar –un especialista en
la región–, tentando caminos para, simplemente, llegar a sus tierras. Los
puesteros a cargo de las tranqueras intentan coimearlo o intimidarlo:
conseguirá franquearlas tras fatigar dependencias catastrales, despachos
gubernamentales, juzgados. “Por supuesto que se sentía la presión, la
posibilidad de tener todavía más problemas de los que tuvimos –dice
Incalcaterra–. Hace cuatro meses volvimos y un periodista alemán que vino con
nosotros le preguntó a un funcionario de Medio Ambiente qué le pareció lo que
habíamos hecho. El tipo le contestó que me dejaron hacer por dos razones: tengo
pasaporte italiano y soy cineasta. Y que si un paraguayo hubiera intentado
esto, lo habrían hecho trizas.”
Arcadia está rodeada por tierras de
Tranquilo Favero, un brasileño descendiente de italianos que se radicó en
Paraguay hace 42 años. Lo llaman El rey de la soja y también El rey del ganado.
Tenía un perfil más bien bajo hasta comienzos de este año, cuando declaró al
Folha de Sao Paulo que el país estaba mejor en tiempos de Stroessner y que los
campesinos que reclamaban tierras del Estado hoy en manos de empresarios eran
delincuentes que debían ser tratados “como mujer de malandro, que sólo obedece
a base de palo”. “Favero es el más grande propietario de tierras en Paraguay, y
el dueño de la mayor cantidad de vacunos del país –-explica Incalcaterra–.
Tiene dos millones de hectáreas. Es un personaje muy discreto, poco mediático,
pero se volvió muy conocido por esas declaraciones tan poco inteligentes.”
Luego de analizar contexto y de calibrar a su vecino, Incalcaterra concluyó que
su idea inicial, ceder la tierra a los pueblos originarios, era muy inocente,
así que encaró gestiones ante el gobierno de Fernando Lugo para convertir a
Arcadia en una reserva natural con participación de los ñandeva. La película
muestra el encuentro que Incalcaterra mantuvo con Favero para hablar de esas
tierras: ahí se anoticia de que otro “propietario” abrió unas picadas (huellas)
en medio de las cinco mil hectáreas, y que hay dando vueltas un título gemelo.
“Es un padrino –dice el director en torno
de la sensación que le transmitió Favero–. Un padrino en todo sentido. Un
hombre de poder que da consejos y te atiende con toda gentileza. Te da
lecciones de vida. Te dice ‘Daniele, vos por ahora ganaste la batalla con la
reserva, pero eso nunca te va a dar plata’. Y también te dice que todo se
compra, todo se vende: ‘Si te interesa hacer un negocio aquí, vení que te
explico’.”
“Pasa que también se construyó un discurso
armadito, romántico-patético, al contar de la llegada de su familia, tan pobre,
tan en pelotas, desde Italia –interviene Fausta Quattrini, y por un momento
detiene la lectura de un cuento a Aurelio, dos años, hijo de ambos–. Esto de
que se armaron solos, con mucho coraje. Hoy día te argumenta que está
preocupado por solucionar el hambre del mundo, que se necesita cada vez más comida,
pero a él le importa un carajo los que se mueren detrás de sus alambrados. O
que mata él, directamente. Es un tipo con un cuero así de espeso –grafica unos
centímetros entre índice y pulgar–. Bien romántico todo, y ahí tiene un anillo
enorme de oro, una bombilla de oro. La verdad es que nos abrió la puerta porque
teníamos un perfil muy bajo.”
“Además de esto que te contó Fausta, creo
que le resultó interesante relacionarse con un vecino italiano –retoma
Incalcaterra–. Y además éramos un equipo raro, pequeño, de tres personas, con
Fausta embarazada. Ahora no podría volver a filmar en el Chaco: todo el mundo
me conoce, sabe qué hice. Sería otra situación.”
ENAMORADO DEL CHACO
“Después de la caída de Lugo, la situación
en Paraguay se volvió mucho más pesada, en todo sentido –dice Incalcaterra–. El
gobierno actual está permitiendo una deforestación muy violenta en el Chaco,
donde ven el futuro económico del país. Van a meter más vacas que nunca, y ya
en el sur están empezando a sembrar soja transgénica, una variedad de semilla
que están trayendo desde Argentina. Hace una semana se firmó un acuerdo con las
petroleras para buscar hidrocarburos en la región, más allá de las protestas
que interpusieron los ñandeva ante la OIT, la OEA y la ONU. No hay que olvidarse
de que en esta región fue la famosa guerra del Chaco, la primera que se hizo
por petróleo, con la Esso financiando a los paraguayos y la Shell a los
bolivianos. Si mirás el mapa, te das cuenta de que al lado está la zona
petrolífera de Bolivia y ahí nomás, en Argentina, está General Mosconi.”
Es la primera vez que Incalcaterra se pone
del otro lado de la cámara. “Es que rápidamente nos dimos cuenta de que jugar
el rol de propietario era la llave para abrir puertas y entrar en profundidad
en la temática –explica–-. Era raro, un propietario que filma; pero eso fue lo
que nos permitió ver a Favero y también presionar al ministro de Medio
Ambiente, o a las autoridades paraguayas. Ahora es distinto, me estoy volviendo
una persona no grata. Porque lo que estoy proponiendo con Arcadia va en contra
de todo lo que está pasando en la región.” E incluso en el núcleo de poder del
país: la destitución de Lugo, en junio de este año, tuvo como detonante una
masacre en Curuguaty, en la que murieron once campesinos y seis policías. Los
campesinos habían ocupado tierras de un senador de la época de Stroessner.
Aunque no pudo llevarlo adelante, Lugo había prometido recuperar los ocho
millones de hectáreas que el dictador había repartido irregularmente. Eso,
algunas resistencias para preservar el medio ambiente y la falta de aparato
político, jugaron su suerte. Hasta su estreno aquí, El Impenetrable tuvo una
exhibición en Asunción y participó de los festivales de Venecia y de Mar del
Plata: “Tengo la impresión de que el público que la vio quedó marcado, porque
muchos se acercaban interesados, con interés de participar –dice Incalcaterra–.
Pienso que es una película que va a abrir discusiones. Mucha gente habla de
deforestación y de cuestiones ambientales a partir de alguna lectura, pero al
relacionarse con alguien que lo vivió en primera persona se crea una empatía
bastante fuerte”.
Incalcaterra nació en Roma en 1954. Tenía
15 cuando se vino, con su familia, a vivir a Buenos Aires. Se quedó hasta 1981,
cuando se cansó del clima opresivo del país, dice. Luego de un viaje largo por
Africa, se instaló en París. En 1992 volvió, para filmar Tierra de Avellaneda,
un documental que cuenta cómo, a partir del trabajo de Antropología Forense, un
joven da con los restos de su familia desaparecida, enterrada como NN. Junto a
Fausta Quattrini realizaron trabajos como Fasinpat, Contrasite y Organizaciones
Horizontales. “Siempre hice películas que están relacionadas con mi vivencia
–dice Incalcaterra–. El documentalista no es objetivo.” Ahora vive una parte
del tiempo acá y otra en París. “Yo espero que Arcadia se afirme –dice–. Hay
una serie de personajes que se están acercando al proyecto, y la película va a
ayudar. Estuve hablando con Solano Benítez, un arquitecto paraguayo buenísimo,
que tiene unos cincuenta años y muchas ganas de hacer una base científica
ecosostenible, con materiales del lugar. Hay científicos interesados, los
ñandeva están involucrados –son los que más conocen del lugar– y hay muchos
jóvenes entusiasmados, porque vieron en Arcadia un símbolo de resistencia.
Ojalá pueda transformarse en una nueva forma de relación: yo no creo que los
pueblos originarios tengan que estar en un sitio y que nosotros tengamos que
alejarnos. Tenemos que aprender unos de otros.”
Sostiene Incalcaterra que su gran
descubrimiento fue tomar conciencia de la destrucción ambiental. “Una cosa es
el discurso ambientalista y otra es ver a la topadora –dice–. Si vos caminás
justo después de un desmonte, sentís un olor muy fuerte en la vegetación, ves
el nerviosismo de los insectos, la huida de los animales, refugiándose,
escapando. Lo que sentís es como el lamento de la naturaleza que está
muriéndose. Es una sensación desoladora, que no se puede contar del todo bien.
Al mismo tiempo te cautiva esa naturaleza dura, compleja, violenta. Estoy
totalmente enamorado del Chaco.”