domingo, 9 de octubre de 2011

Conversar, hablar entre nosotros

En la multiplicidad de determinanciones que afronta una vida, cualquier vida, la información que se capta es siempre fragmentaria. Quizá los científicos de las ciencias duras son los grupos humanos más conscientes de lo acotado y convencional de los saberes. La comprensión cabal de este problema, si va unida a un mínimo compromiso ético, llama al recato en la enunciación.

Acerca del devenir de nuestra especie, hace mucho se ha comprendido que la mayoría de los procesos relevantes tienen dinámica planetaria. Se dice que es conveniente enfocar cualquier asunto humano partiendo de su consideración a nivel mundial o internacional, antes de pasar a una focalización territorial más acotada.

Por la infinidad de obligaciones cotidianas a que nos vemos sometidos en las sociedades contemporáneas, para la mayoría de las personas, las limitadas condiciones materiales de existencia apenas permiten comprender algunos códigos de sus sociedades más inmediatas: el propio vecindario, y en alguna medida la sociedad nacional que les ha tocado en suerte.


La sociedad del espectáculo tan profundamente caracterizada por Guy Debord en su libro de 1967, ha ramificado sus tentáculos hasta los rincones más minúsculos de la vida social. Y sobre ella se ha superpuesto más recientemente la sociedad digital. Los individuos se ven expuestos a un gigantesco caudal de información que se multiplica de manera incesante y que no es posible seleccionar, ni filtrar, ni validar.

Estamos así ante una imposibilidad de comprender directamente las causas últimas de nuestras situaciones. En otras palabras, es muy difícil comprender los modos en los cuales funcionan los complejos flujos de poder que nos determinan.

En cambio si podemos hablar de lo que nos pasa con quienes tenemos al lado, nuestra familia, amigos y vecinos (el arte de la conversación está muerto, escribió Debord).

Podemos formarnos. Definir nuestra propia doctrina del cultivo de sí. En el prólogo a una edición argentina de La Sociedad del Espectáculo, Christian Ferrer celebra (tomándolo de algún otro lado, entre muchos posibles), a quienes "singularizan su propia vida facetándola como a una obra de arte".

Mientras nos formamos y trabajamos nuestra propia doctrina, podemos además pronunciarnos sobre la conducta de personalidades e instuciones que tenemos a mano, comprobar aciertos y errores, atriubir coherencia o contradicciones, distinguir intereses permanentes de virajes coyunturales. Y sobre todo eso es bueno conversar con nuestra gente, es una buena tentativa por el sentido, extendernos hacia los otros, dirigirnos la palabra y otros signos, unos a otros, prodigarnos cuidados y afecto.

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