viernes, 14 de septiembre de 2012

Clase Política

La especie humana es la más violenta de todas, y su poderes agresores en esta era científico técnica son los más destructivos de todos los tiempos. Es posible que en la comunidad humana siempre hayan existido subgrupos tipológicos: una mayoría de individuos relativamente pacíficos, otra gran franja dotada de considerable agresividad, y una minoría pequeña pero extremadamente violenta, que son los que habitualmente ocupan gran parte de las posiciones de poder. Estos últimos son considerados "personalidades psicopáticas" por los especialistas en asuntos mentales.

Así es que por todas partes, al mando suele estar la gente más agresiva, la más egocéntrica, la más vanidosa.     El orden mundial pasa un momento extremadamente tenso, con los estados más poderosos entregados a un frenesí de avasallamiento a pueblos enteros, provocando muerte, destrucción y saqueo de manera masiva.

Las cualidades agresivas y destructivas de cierta proporción de ejemplares de nuestra especie, parece ser un rasgo constitutivo. No es muy realista imaginar que esta condición pueda cambiar para mejor, y menos todavía en un tiempo razonablemente compatible con la duración de la vida individual.

Los individuos que se proponen liderar cambios suelen compartir las mismos rasgos de carácter que los jefes del sistema opresor al que combaten. Puesto que la política, y más aún su fase intensa -la guerra- se basa en la capacidad de encuadrar gente, los hombres que pretenden conducir a otros son muy exigentes de lealtad. Por eso todo individuo se ve obligado a tomar decisiones sobre su propia relación con quienes ejercen poder sobre él, decisiones que en  forma estilizada se pueden clasificar en: subordinarse, rebelarse, o sustraerse.

En procesos extremos, por ejemplo una aventura revolucionaria o reaccionaria, el individuo que circunstancialmente se ve coaccionado por un líder temerario, se encontrará en un laberinto. No siempre es posible distinguir en el conductor lo genial de lo demente, y según se lee en la historia, la evaluación de muchas sagas colectivas con uno u otro calificativo, depende de la buena fortuna que haya obtenido la empresa, debida muchas veces al azar. Así es como muchos individuos se ven arrastrados a afrontar riesgos máximos: los líderes se enardecen ante cualquier sospecha de deslealtad, y la tropa se disciplina con fusilamientos.

En general, los individuos predispuesto a embarcarse en epopeyas heroicas y otras formas de consagración, han de ser los que espontáneamente aman la aventura o añoran el sacrificio, sea en carácter de conductores o conducidos. El asunto es que habitualmente se permiten descalificar a quienes no tienen vocación para ese tipo de baile.

En tiempos más tranquilos, es igualmente notorio que el atributo más generalizado en el dirigente, es el personalismo. La vanidad y el egoísmo de los dirigentes, que a menudo son además rapaces,  hace fracasar en los grupos sociales muchas buenas posibilidades de vida mejor.

En nuestra pequeña democracia formal, tan vilipendiada por sus muchos vicios, y sin embargo tan valorable por ser tanto mejor que las terribles dictaduras que supimos conocer, se erige como "clase política" una cofradía de hombres y mujeres especializados en el toma y daca de la cosa pública, muchos de ellos personas superficiales, y unos cuantos,  mendigos vergonzantes de los poderes fácticos. Estos últimos, los auténticos controladores, raramente se exponen a la luz pública, y prefieren la comodidad del anonimato.

Las figuras políticamente aglutinantes, sea en mucha o poca escala,  suelen ser un dechado de vanidad y egolatría. Alrededor de cada uno de ellos pulula una caterva de adulones y charlatanes, la mayoría motivada básicamente por la aspiración de obtener un puesto público, o algún otro flujo de favores. Los más amorales son los operadores puros, personas que casi siempre carecen de una ideología más o menos definida, y cuyo oficio es intermediar comunicaciones y rumores en las oficinas de la superestructura. Estos correveidiles que viven de su agenda y de su teléfono celular, son los más descarados en el transfuguismo,  y están siempre listos para cambiar de padrino al mejor postor.

Es difícil esperar  que esta dinámica de las cosas pueda derivar en cambios favorables profundos. Además debe haber algo de verdad en la hipótesis de que todas las situaciones que sobrellevan los individuos, aún las sufrientes, se viven con cierto nivel de goce. Si no fuera así, los cambios podrían producirse con gran facilidad.

En estos términos es comprensible la ideología del dandysmo, esta visión escéptica de lo ajeno y de lo propio, más inclinada a buscar la belleza que a luchar para cambiar las cosas. Y puesto que la solidaridad tiene grados (o seríamos todos santones), y la canalla también (porque ya he dicho que los muy agresivos son sólo una franja), el dandysmo estará en un precario equilibrio, probablemente cultivando su cuota de intercambios gregarios y vida pública en instituciones tranquilas y benévolas, mientras el mundo gira y gira.


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